Yo vivo en un país donde la mayoría se sobrepone a los "no hay" e inventa soluciones y sobrevive aún cuando las cosas se ponen difíciles. Y las personas de mi país no renuncian a sus ideas, ni a la alegría, ni a la solidaridad. No es el mejor país del mundo, pero es MI ISLA.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Nuestro mejor invento

Cuando se escriba la historia de los “inventos” más famosos de los cubanos habrá que mencionar sin dudas a los Comités de Defensa de la Revolución, una estructura de masas que -más allá de los compromisos que implica su misión principal- constituye reflejo de lo que somos como nación.
La proverbial solidaridad de los cubanos y la alegría con que se aprestan a ayudar a los vecinos, a limpiar el espacio común o a cocinar la caldosa entre traguitos y baile, son frutos de su quehacer. No hay otro pueblo en el planeta con una organización que durante 52 años haya hermanado en el barrio a hombres y mujeres de diferentes generaciones, incluso en los períodos más difíciles.
Con una tozudez que asombra, los “Comités” han sobrevivido -aun cuando no siempre han sido buenos los métodos que signan su funcionamiento- por ser expresión genuina de la voluntad de salvaguardar la sociedad que construimos.
Corazón del barrio, los CDR han sido para este pueblo la escuela de la solidaridad y el desinterés: decenas de miles de cubanos donan voluntariamente su sangre o recorren las costas para impedir infiltraciones o recalos de droga sin esperar más premios que saber cumplidas las responsabilidades que entraña integrar la organización.
Entonces, por qué desaprovechar estas fortalezas, si tenemos una estructura en la que confluyen sin distinción todos los ciudadanos, con la intención de proteger la Revolución desde la comunidad.
¿Por qué dejar que disminuya la labor que desarrollaron nuestros padres y abuelos desde los días fundacionales del proyecto social cubano? Si tenemos a este “gigante” que ha sido artífice de la custodia de los barrios y los campos, para proteger bienes propios y entidades estatales.
El nuevo aniversario motiva el júbilo y la reflexión. Pensemos cuánto más podríamos hacer para revitalizar el funcionamiento de la organización de la familia cubana. Démosle un mayor espacio en la solución de los problemas que nos aquejan.
Estamos subvalorando una vía que podría ser muy eficaz en la prevención del alcoholismo y el consumo de drogas, en la eliminación de la contaminación sonora que provocan la música alta o las fiestas pasada la medianoche, en el ahorro de energía eléctrica y en la formación de valores tan necesarios como el respeto a los demás.
Hay que desempolvar nuestros “Comités” y darles el lugar que les corresponde, no solo por su historia, sino por lo que podríamos lograr con su funcionamiento en las condiciones actuales.
Ojalá sirva este aniversario para que pensemos seriamente en las potencialidades que desaprovechamos y no solo para brindar por una organización que -al menos en la mayoría de los barrios de Santiago de Cuba- no está en su mejor momento. Ese sí sería un homenaje justo a la labor de los fundadores -aquella gente sencilla que, con sus problemas y carencias materiales, no esperaba recompensas, ni medallas, les bastaba con que cada amanecer surgieran nuevas tareas para echar a andar este “invento” maravilloso de fabricar unidad.

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