Generalmente, cuando se habla de la sexualidad en la vejez
se abordan solo las consecuencias negativas de la avanzada edad para el
rendimiento sexual, sin considerar las riquezas que entraña alcanzar esta etapa
de la vida.
Aunque es cierto que en la ancianidad el estado de salud
cambia considerablemente, los estudiosos del tema aseguran que, comparadas con
las que se producen en la visión o en la capacidad vital, las diferencias entre
la actividad sexual en la juventud y en la ancianidad -excluyendo la
reproducción-, son menores.
La realidad es que las personas mayores experimentan
variaciones en la fisiología sexual. En los hombres, por ejemplo, es frecuente
la disminución de la elasticidad de los vasos sanguíneos y de la potencia
muscular, por lo que la erección es menos firme, más lenta y puede perderse y
recuperarse varias veces durante el coito;
también merma la producción seminífera
y se prolonga el período entre una erección y la próxima.
En muchos casos, los varones maduros experimentan estímulos
fundamentalmente por tocamientos en zonas erógenas, sobre todo en los
genitales. Pero el hecho de que solo así algunos logren la mayor excitación, no
significa que falte potencia sexual; sino que predominan los reflejos medulares.
En las féminas, aunque son menos conocidos, también ocurren
cambios. Entre los más frecuentes están la pérdida de elasticidad y atrofia
progresiva de los genitales, la disminución de la fluidificación y capacidad de
distensión de la vagina, cuya mucosa se hace más fina y seca. Según los
especialistas, tienen lugar otras diferencias respecto a la juventud, pues
durante la menopausia cesa la producción de estrógeno y esto ocasiona que las
mamas se vuelvan planas y menos firmes, se debilita la musculatura vaginal y
son menos las contracciones durante la fase de plataforma orgásmica.
Sin embargo, estos procesos -que no siempre se expresan con
igual intensidad ni en la misma etapa en todas las mujeres- no eliminan el
orgasmo ni suprimen la sensación de placer; por lo tanto el avance de los años
no pone un limite preciso a la sexualidad femenina.
De ahí que la ancianidad no signifique la muerte de la vida
sexual, sino una nueva manera de disfrutar el amor, que para ser placentero no
precisa de la fuerza ni del dinamismo de la juventud.
Puede que cambie el apetito sexual y que sea muy distinto el
cuerpo, aún así queda la oportunidad compartir sentimientos tan intensos como
los de la mocedad, pero con la sapiencia que dan los años.
De nada sirve lamentar las transformaciones que implica
envejecer, ni envidiar el vigor y los deseos de otra edad, quien lo haga pierde
la oportunidad de gozar de sus años sin complejos ni frustraciones. Se trata de
asumir los cambios sin renunciar a la búsqueda de la felicidad y la
satisfacción sexual.
La tercera edad tiene el encanto de la experiencia
acumulada, es entonces cuando se tiene la sabiduría necesaria para entender que
el goce no está solo en las prácticas penetrativas, sino en el placer del
contacto corporal y en la comunicación, así como en la seguridad emocional que
se siente al saberse amado.
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