Yo vivo en un país donde la mayoría se sobrepone a los "no hay" e inventa soluciones y sobrevive aún cuando las cosas se ponen difíciles. Y las personas de mi país no renuncian a sus ideas, ni a la alegría, ni a la solidaridad. No es el mejor país del mundo, pero es MI ISLA.

jueves, 3 de mayo de 2012

El tiempo de cambiar se nos acaba

El sol también tiene manchas, que no merman su luz ni ensombrecen lo suficiente como para que sea por ello obviado su valor; pues así es para mí la sociedad cubana. 

No avergüenza admitirlo, creo que quien se complace con cerrar los ojos para no ver lo desagradable hace tanto o más daño a Cuba que  el circo mediático que se erige para satanizar el socialismo y el Gobierno.
La Revolución sacó a los cubanos de una miseria que, salvo un reducido número de comerciantes, profesionales y políticos, ahogaba a la gente en los campos y en los suburbios. Una miseria que significaba no solo tener pocos recursos, también insalubridad, analfabetismo, racismo extremo, alarmantes niveles de desempleo, entre otras cosas que eran bien vistas por el gobierno de Estados Unidos y la camarilla de presidentes latinoamericanos que hacían de América un burdel. 
Pero si bien la Revolución abrió un nuevo camino, no fue, ni es una obra perfecta y estamos arrastrando la cadena de la imperfección con el grillete de la autocomplecencia.
Vivimos haciendo compromisos: en el trabajo, en las organizaciones de masas y profesionales a las que pertenecemos...
 Ante lo mal hecho, ante los incumplimientos, ante los errores prometemos cambiar, no volver a tropezar con la misma piedra. Y así sucede a todos los niveles en nuestro país.
Las dificultades que enfrentamos diariamente con el transporte, con la comida y las limitaciones en la adquisición de bienes elementales como la ropa o el calzado, no solo tienen causa en la genocida política norteamericana contra Cuba y la crisis económica global; también nosotros tenemos una gran responsabilidad.
A tal extremo hemos llegado que de continuar por donde íbamos     -en la autocomplacencia de ponderar nuestros más legítimos logros en materia social y relegar las deficiencias en la producción y en los servicios- a la Revolución podrían quedarle unos pocos años.
Hoy el enemigo más fuerte es el cúmulo de males que hemos dejado crecer: la irracionalidad en el uso de los recursos; el deterioro de la agricultura y la ganadería; las inversiones inconclusas que dejan pérdidas; los subsidios y las restricciones en la venta de alimentos, materiales de la construcción y otros bienes y algunas gratuidades –que lejos de emplearse en beneficio de los trabajadores más consagrados, servían para el esparcimiento de algunos.
Fidel lo alertó en noviembre de 2005, los cubanos somos la única fuerza verdaderamente capaz de destruir lo logrado en medio siglo de esfuerzos y de resistencia.
Han pasado siete años y Cuba se halla inmersa en una labor titánica por cumplir lo establecido en los lineamientos. Y es “titánica” la palabra precisa, pues para destronar el desorden, la falta de previsión, la incompetencia, la corrupción y la idea de que “todo nos lo merecemos”, y que el Estado debe resolver todos los problemas por pequeños que sean, hace falta primero cambiar la mentalidad. Y esa es una tarea más difícil aún.
Los lineamientos del VI Congreso del Partido y objetivos de trabajo de la Primera Conferencia Nacional pautan profundas transformaciones en el orden económico y social.
Sin embargo, cuando se leen informes sobre la economía afloran los incumplimientos de planes mínimos y de aportes inferiores a las potencialidades de los territorios. En cada caso se dice el número de los lineamientos ejecutados o no, y las bajas producciones por desorganización, falta de estrategia, de organización y control, dan la impresión de que con los lineamientos se hace algo peor que engavetarlos: se repiten de memoria como si fuera una meta alcanzarlos solo en lo formal; en el plano real a menudo se siguen cometiendo los mismos errores.
La autocrítica se alza todavía como la bandera blanca de los derrotados, el discurso de que hemos fallado y que nos comprometemos a revertir lo mal hecho, suelen ser la única respuesta y, a menudo, eso “mal hecho”, es lo mismo que se ha venido discutiendo durante años.
Si no se toma en serio esta cuestión, como una tarea en la que cada cual tiene que saber lo que le toca y cumplir, si se continúa con la visión paternalista del cuadro que no mostró capacidad en la dirección de una actividad y se recicla para que dirija otra, si no se interioriza que ya no son tiempos de discursos sino de hechos, será muy difícil salir a flote… y el tiempo de cambiar se nos acaba.

3 comentarios:

  1. Excepcional texto....Lo he leido todo de un tiron...Y estoy perfectamente de acuerdo contigo

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  2. Cambiar de mentalidad, toda la razón, increible que en mi país Chile los problemas como la falta de previsión, la incompetencia y la corrupción también se consideran como los que mas nos aquejan, y eso que el sistema aca es un neoliberalismo de laboratorio que prometía la eficiencia que los sistemas socialistas no alcanzaban. Pareciera que nuestra generación perdió la rebeldía, los sueños de cambiar el mundo por uno mejor y por lo mismo perdió ese espíritu aguerrido, la pasión por lo que hace y solo trabaja por cumplir una meta menor.

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