Yo vivo en un país donde la mayoría se sobrepone a los "no hay" e inventa soluciones y sobrevive aún cuando las cosas se ponen difíciles. Y las personas de mi país no renuncian a sus ideas, ni a la alegría, ni a la solidaridad. No es el mejor país del mundo, pero es MI ISLA.

jueves, 10 de mayo de 2012

El primer beso

Lo recuerdo como si estuviera viéndolo, era la primera vez que mis ojos tenían delante a dos personas del mismo sexo besándose. Quedé pasmada, atónita, congelada... díganme ingenua, tonta o lo que quieran, tenía 21 años y solo había visto esta escena en la tele, muy pocas veces. No acostumbro a reunirme con homosexuales, ni camino por las calles en la madrugada -dicen que a esa hora abundan las expresiones de sexo gay.
Y miren que siempre he creído que una persona puede ser muy valiosa, sin importar con quién se acueste, ni mucho menos cómo vista. Aunque, tengo que admitir que todavía me sorprenden algunas cosas. En fin, les cuento.
Yo estaba en el zoológico, dejando pasar el tiempo para regresar al laboratorio de computación donde tecleaba mi tesis en la  Universidad. A mediodía lo cerraban y yo me iba a desandar por la ciudad con mi mejor amiga, para no ver pasar el tiempo contándonos chismes y hablando de novios en el banco de un parque. Ese día nos fuimos a ver monos y serpientes. Cámara en mano, para la sesión de fotos que nos hacíamos en cualquier sitio al que llegábamos y armadas de la sonrisa de dos traviesas colegialas... éramos felices...
Pues allí los vi, mientras otras personas miraban a los avestruces y yo fotografiaba a Evelyn, los chicos vestidos con uniforme de la Universidad de Ciencias Médicas se besaban a escondidas, aprovechando que nadie los miraba, nadie excepto yo, que por casualidad fui a poner los ojos en ellos. Se pueden imaginar que allí mismo terminó mi sociego, me resultó un poco incómodo y comencé a cuestionar mi posición de joven tolerante y abiertamente contra la homofobia, a pesar de que mis padres nunca están de acuerdo con esta postura.
Hay que entenderlos, mis viejos son de una generación que creció excluyendo a homosexuales y religiosos, y estudiando una psicopedagogía en la que se daba por sentado que la diversidad sexual era una aberración y que los y las que amaban a personas de su mismo sexo eran enfermos -en el mejor de los casos se pensaba así. Había también una fuerte y arraigada nube de prejuicios de todo tipo y los padres y abuelos nuestros sobrevivieron a algunos, pero a otros no y se sembraron en ellos para crecer y educarnos. Por eso los comprendo. Pero yo soy de otra generación, con una pisca de aquellos prejuicios y unas cuantas dosis de ideas nuevas. Por eso aquel día me pregunté hasta qué punto era consecuente con las nuevas ideas de aceptar y respetar las diferencias.
No puedo ser hipócrita, aceptarlo no implica que me guste, no implica que me sienta feliz de presenciar esas escenas, implica que no permita que se les excluya, ni que se les niegue la posibilidad de ser ellos mismos: no se puede estigmatizar el amor solo porque tengamos gustos tradicionalmente aceptados y ellos no. Implica no poner cara de horror frente a las acciones que se emprenden en Cuba contra la homofobia, sino sumarme a ellas porque reivindican a seres humanos, gente como tú, como yo, como aquel, gente con todo el derecho a amar y a ser amada. Lamentablemente todavía nuestros prejuicios ayudan a hacer un infierno de la vida de muchas familias.
Recuerdo por ejemplo, a dos hombres que murieron electrocutados mientras tenían sexo en una casilla donde habían dispositivos energizados de alta tensión, el hallazgo de los cadáveres en aquella posición  fue el show de "la Central", una de las avenidas más importantes de Santiago de Cuba. Pero esa es una historia que tal vez les cuente un día. Ahora celebro que iniciara ayer la quinta jornada nacional de lucha contra la homofobia; esa también es una forma de actuar por el bien común.

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