Yo vivo en un país donde la mayoría se sobrepone a los "no hay" e inventa soluciones y sobrevive aún cuando las cosas se ponen difíciles. Y las personas de mi país no renuncian a sus ideas, ni a la alegría, ni a la solidaridad. No es el mejor país del mundo, pero es MI ISLA.

viernes, 4 de mayo de 2012

El juego de la dependencia

"Vaya la suerte de quien se cree astuto porque ha logrado acumular objetos; pobre mortal que desalmado y bruto, perdió el amor y se perdió el respeto."
Silvio Rodríguez



Como en un mercado, donde el mejor postor consigue lo que quiere, se exhiben las jóvenes hermosas, dispuestas a entregarse a cambio de ropas, zapatos, carteras, un móvil… todo sirve para pagar.

La filosofía que parece estar de moda es que mientras haya belleza la mujer puede “luchar” y tener lo que “merece”, porque son muchas las carencias y hasta lo indispensable para vivir cuesta más de lo que se puede pagar. En consecuencia, eliminan de su lista de prioridades el estudio o el trabajo, que -aparentemente- de nada sirven pues el salario no alcanzaría ni para la mitad de los lujos que ella consigue.

Pero la belleza es efímera, y el “amor comprado” también . En ese negocio las pérdidas suelen ser mayores que las ganancias: una entrega el cuerpo, y como en la usura, continúa pagando: libertad, independencia, poder de decidir sobre sí misma, dignidad… todo queda a merced de las licencias que consienta el comprador.

La desigualdad en el acceso a los recursos económicos, a las propiedades y a los bienes, hacen a una mujer más vulnerable a formas de violencia psicológica y en ocasiones a maltratos físicos. Una mujer que no es capaz de generar sus ingresos termina mendigando en su casa, pidiéndole al marido el dinero de mantener a la familia, y por tanto, plegándose a condiciones y prohibiciones que limitan su realización personal.

Por eso es común escuchar frases como “tengo que pedirle permiso a mi marido” o “él es quien decide” y así, inconscientemente, se asume una postura infantil, sumisa, como si una no bastase para tomar sus propias decisiones. Muchas veces el que paga se arroga el derecho de controlar, manipular o estigmatizar y a menudo la conducta complaciente de las féminas crea condiciones para que se produzca el abuso en cualquiera de sus formas.

Tener que consentir y convivir con la infidelidad del esposo por no perder la casa, los bienes o la fuente de ingresos, es una manifestación de violencia; renunciar al trabajo, a los amigos que el marido no aprueba o simplemente esperar a que este “de el permiso” para actuar de un modo u otro, son actitudes que indican la aceptación del maltrato.

Por eso, una mujer de esta época debe aprender a valerse por sí misma, para no caer en el juego de la dependencia, para enfrentar y liberarse de cualquier vejamen, sin que los bienes y el dinero para sobrevivir constituyan una atadura.

Aunque parezca estar en desuso, vivir del trabajo honrado no solo provee para satisfacer en mayor o menor medida las necesidades elementales, sino que da la oportunidad de vivir una vida propia, con altas y bajas, pero sin los condicionamientos de alguien que sigue los cánones machistas que durante tanto tiempo han subyugado a las mujeres.

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