
Ese fue el inicio de un hecho que desde su anunciación en noviembre pasado, convirtió a Cuba en blanco de una bien diseñada campaña mediática para desacreditar al Gobierno, a la Iglesia católica, e incluso para promover irrespetuosos mensajes sobre la visita papal, tan esperada por los fieles cubanos.
La idea de que este es un país sin libertad, con su pueblo enlutado por “una sangrienta dictadura” se ha vendido al por mayor. Los argumentos llegan a ser insólitos, han ido de la mentira a la estupidez, como cuando se difundieron las declaraciones de políticos cubano-americanos criticando la voluntad de Su Santidad de oficiar misas en Santiago de Cuba y La Habana, pues con esto “se legitimaría al Estado”.
Semanas antes del suceso, con una facilidad increíble los vociferadores matizaban el discurso y echaban mano a cuanta idea contribuyera a satanizar la realidad de la nación, invitando al líder católico y las autoridades eclesiásticas cubanas a apoyar a los “valientes disidentes”, a quienes definen con el genérico y comercial título de “pueblo cubano que lucha por la libertad”.

¿Qué hallaron las cámaras y las plumas no siempre amigas de la prensa internacional? ¿Qué vieron los visitantes y los que desde sus computadoras siguieron la presencia del Papa en Cuba?
Lo que somos: un pueblo que se construye como puede, que se equivoca, que se ha caído y se ha levantado tantas veces por sí mismo, que no es perfecto. Vieron a hombres, mujeres y niños que se precian de la hospitalidad, el respeto y la alegría que profesan a cualquier ser humano, lo mismo a un estadista, un líder religioso o a un trabajador humilde que venga a ser curado en nuestras instituciones médicas.


Ah! El “disidente”. Sí, claro, cómo olvidarlo. Un hombre que gritó “Libertad” y “Abajo el comunismo”. No podía faltar, había que suscitar algún incidente que diera trigo a la campaña satanizadota, había que dar la impresión de que “el pueblo de Cuba” se manifestaba. De pronto lo importante no era la afluencia masiva de creyentes y no creyentes a las misas o las calles que recorrería el Sumo Pontífice, de pronto era más urgente hablar del único “manifestante”. Pero bueno… hay que comprenderlos, no? Todo un pueblo alegre y respetuoso, feliz de ver al Papa y de compartir con él la fe o el amor por una imagen que ha acompañado a los cubanos durante 400 años, en los buenos y malos momentos, no se parecía a lo que esperaban encontrar, o a la imagen que les hacía falta vender.
Por eso el carnaval que se armó después tenía solo un muñecón y los que viven de “oponerse” se hicieron eco de todo lo que aderezara la violenta escena de los agentes de seguridad sacando al que gritaba lo más rápido posible, porque estoy segura que de haberlo dejado allí el pueblo le haría tragar sus palabras.

Es así, es cierto, uno de los presentes lo abofeteó. Pero pudo ser peor, los cubanos y en especial los santiagueros somos personas “de mecha corta”, o sea que no pocas veces respondemos violentamente a las agresiones verbales contra personas o cosas que queremos y respetamos. Que a nadie le asombre, porque aunque no es plausible, esa bofetada fue una muestra de la indignación que provoca esta disidencia que se opone si hay dinero de por medio.

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