Cuando se escriba la historia de los “inventos” más famosos
de los cubanos habrá que mencionar sin dudas a los Comités de Defensa de la Revolución, una
estructura de masas que -más allá de los compromisos que implica su misión
principal- constituye reflejo de lo que somos como nación.
La proverbial solidaridad de los cubanos y la alegría con
que se aprestan a ayudar a los vecinos, a limpiar el espacio común o a cocinar
la caldosa entre traguitos y baile, son frutos de su quehacer. No hay otro
pueblo en el planeta con una organización que durante 52 años haya hermanado en
el barrio a hombres y mujeres de diferentes generaciones, incluso en los
períodos más difíciles.
Con una tozudez que asombra, los “Comités” han sobrevivido
-aun cuando no siempre han sido buenos los métodos que signan su
funcionamiento- por ser expresión genuina de la voluntad de salvaguardar la
sociedad que construimos.
Corazón del barrio, los CDR han sido para este pueblo la
escuela de la solidaridad y el desinterés: decenas de miles de cubanos donan
voluntariamente su sangre o recorren las costas para impedir infiltraciones o
recalos de droga sin esperar más premios que saber cumplidas las
responsabilidades que entraña integrar la organización.
Entonces, por qué desaprovechar estas fortalezas, si tenemos
una estructura en la que confluyen sin distinción todos los ciudadanos, con la
intención de proteger la
Revolución desde la comunidad.
¿Por qué dejar que disminuya la labor que desarrollaron
nuestros padres y abuelos desde los días fundacionales del proyecto social
cubano? Si tenemos a este “gigante” que ha sido artífice de la custodia de los
barrios y los campos, para proteger bienes propios y entidades estatales.
El nuevo aniversario motiva el júbilo y la reflexión. Pensemos
cuánto más podríamos hacer para revitalizar el funcionamiento de la
organización de la familia cubana. Démosle un mayor espacio en la solución de
los problemas que nos aquejan.
Estamos subvalorando una vía que podría ser muy eficaz en la
prevención del alcoholismo y el consumo de drogas, en la eliminación de la
contaminación sonora que provocan la música alta o las fiestas pasada la
medianoche, en el ahorro de energía eléctrica y en la formación de valores tan
necesarios como el respeto a los demás.
Hay que desempolvar nuestros “Comités” y darles el lugar que
les corresponde, no solo por su historia, sino por lo que podríamos lograr con
su funcionamiento en las condiciones actuales.
Ojalá sirva este aniversario para que pensemos seriamente en
las potencialidades que desaprovechamos y no solo para brindar por una
organización que -al menos en la mayoría de los barrios de Santiago de Cuba- no
está en su mejor momento. Ese sí sería un homenaje justo a la labor de los
fundadores -aquella gente sencilla que, con sus problemas y carencias
materiales, no esperaba recompensas, ni medallas, les bastaba con que cada
amanecer surgieran nuevas tareas para echar a andar este “invento” maravilloso
de fabricar unidad.
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