Cómo escucharte sin esquizofrenia,
que el sucio oportunismo tantas veces premia.
Cómo te arranco del verso
dicho de memoria,
y te tatúo en el alma de todas las novias.
Cómo te arranco del verso
dicho de memoria,
y te tatúo en el alma de todas las novias.
Israel Rojas
El futuro de Martí no está en los bustos que hay en las
escuelas, ni en las tarjas, ni en los libros de historia. Mal piensan quienes lo confinan al pedestal de los hombres
sagrados, que perdieron en la memoria colectiva sus defectos, su muy
humana y digna imperfección y quedaron inmaculados e insípidos de tanto pasar por el tamiz de los debates académicos -donde solo
los eruditos opinan, ponen y quitan pedazos a su vida en disertaciones que
suenan a réquiem y nunca a himnos de vida.
No puede ser el Apóstol solo un conjunto de frases geniales para engrosar discursos, ni un nombre para recordar en enero y en
mayo.
Fue mucho el Apóstol para que lo reduzcamos tanto. Se nos
muere en la vida de la mayoría de los jóvenes, que no lo conocen bien. Martí no
siempre está en las manos callosas y en las frentes sudorosas, ni en el
lenguaje poco refinado de los obreros; no abunda su impronta en los ídolos
juveniles, ni logran las escuelas que los niños lo lean, lo aprendan, lo
vivan...
Hablar de la vigencia de su ideario en la sociedad cubana
actual es una tarea que remite a políticas, a la voluntad gubernamental y de
las organizaciones; pero casi nunca puede decirse que la mayoría actúa conforme a su legado. Martí hace falta en la manera individual de asumir a
Cuba, de participar en la construcción de un país mejor, sin dejar a otros lo
que nos toca hacer y decir para cambiar lo que estorba y consolidar lo útil.
Se nos pierde en la cotidianidad su idea del bien, su
obsesión por saber, su historia de hombre. Y duele ver cómo se le maltrata en
explicaciones vacías, que poco enseñan, o en la imagen y el nombre que han
quedado para la veneración y no siempre para el conocimiento individual.
Fue extensa su obra para tan pocos años, pasó penurias, amó,
tomó buenas y malas decisiones, pero fue su pasión desmedida por la
independencia de Cuba y la integridad de su carácter lo que engrandeció su
vida. Sencillamente asumió su tiempo, y sin pretender premios ni heroísmo, dio
lo mejor de sí.
No puede decirse siquiera que somos concientes de su legado:
tenemos educación, sí, pero a veces ni
los maestros saben bien de qué hombre hablan cuando enseñan de él cronologías o
versos para repetir en el matutino. En nuestras aulas a menudo está en una
pared alguna sentencia suya, pero quién dice "lee" cuando el apremio de cumplir
el itinerario docente hace que a los alumnos llegue solo la interpretación de
lo que fue y dijo el Maestro, y no se da a los más nuevos la oportunidad de
enjuiciar por sí mismos la naturaleza martiana.
Qué Martí esperamos tener en el futuro si los medios
difunden productos comunicativos -a veces muy buenos- sobre su historia y más tarde da espacio a
mensajes que, con palabras o imágenes, so pretexto de entretener, echan por
tierra la idea martiana de la virtud.
Sin desdeñar homenajes, sin menospreciar lo bien hecho en el
afán de perpetuarlo, creo que para sostener un Martí vivo, para las
generaciones de mañana, hace falta mucho más que la solemnidad de los actos y
la facundia de los oradores. Si no se siembra su espíritu en la actitud de cada
persona poco podrá servirnos la grandeza de su obra. ¿De qué valdría hablar de
su vida si no fuera importante que caminen mañana en esta tierra los justos, los
que crean y aman, los hijos de América que a ella se deben, los depositarios de
toda la obra humana que les antecede, los que floten sobre tu tiempo y hagan de
su país ara, nunca pedestal?
¿Para qué es útil el Apóstol sino para forjar en sus ideas
el carácter de los cubanos?